Su figura representa para nuestra patria, aparte de otros valores, la enorme valentía militar y política, el profundo compromiso patriótico, el amor por la libertad, la dignidad y la independencia de américa.
Le tocó defender sus ideales en tiempos muy difíciles. Una de sus mayores preocupaciones era comprender que nuestros problemas internos, nuestra guerra civil seguramente llevaría a la derrota la lucha iniciada en aquel glorioso mayo de 1810.
En nuestra nación se lo reconoce como el «padre de la Patria» y el «Libertador» y se lo valora como el principal héroe y prócer del panteón nacional.
Su invaluable personalidad fue decisiva para las independencias de la Argentina, Chile y Perú.
Hoy honramos con profundo orgullo argentino su memoria.
Comisión Directiva:
STIGas Patagonia Sur.
El 17 de agosto se cumple un nuevo aniversario del deceso del General San Martín, el Libertador de América. En Argentina se le reconoce como el “Padre de la Patria”. En Perú, se lo recuerda libertador de aquel país, con los títulos de “Fundador de la Libertad del Perú”, “Fundador de la República” y “Generalísimo de las Armas”. En Chile su ejército lo ha destacado con el grado de Capitán General.
El Cruce de los Andes es considerado una de las grandes epopeyas de la historia de Sudamérica y del mundo. Tanto es así que ha sido estudiado por las más importantes escuelas de guerra, americanas como europeas. Pero era sólo uno de los eslabones del ambicioso Plan Continental de San Martín, que consistía en:
- Cruzar por tierra hacia Chile desde territorio argentino.
- Liberar al país vecino.
- Lograda la Independencia de Chile, avanzar en una operación anfibia hacia el Perú para tomar Lima y destruir el foco más fuerte de poder realista que jaqueaba nuestros esfuerzos independentistas.
- Finalmente, una parte que no pudo lograrse fue que fuerzas militares argentinas confluyeran desde el Alto Perú sobre Lima, en maniobra de pinzas, uniéndose a las fuerzas del Libertador. Nuestra situación política interna, en plena anarquía del año 1820, lo impidió.
Desde que San Martín esbozó su plan en 1814 hasta la consumación de la Independencia del Perú pasaron siete años.
En territorio chileno obtuvo primero una importante victoria en Chacabuco, el 12 de febrero de 1817, de la que el año próximo conmemoraremos su Bicentenario. Al año siguiente sufrió una derrota sorpresiva en Cancha Rayada, el 19 de marzo de 1818. Y a escasos días de ese momento amargo para el Ejército Libertador Unido Argentino-Chileno, San Martín daría muestras de su genio militar, superando con decisión las adversidades. Ello ocurriría en Maipú, el 5 de abril de 1818.
En Maipú estaban en juego situaciones tanto definitivas como definitorias.
Definitivas, porque una derrota en Chile hubiese dejado a las Provincias Unidas del Río de la Plata como foco revolucionario aislado y a los realistas dominando aún el océano Pacífico. Era imperioso ganar para que las acciones independentistas que conducía San Martín en el sur del continente confluyeran con los esfuerzos bélicos desarrollados por Bolívar desde el norte.
Definitorias, porque la victoria allanaría el camino a concluir, con mayor rapidez, la emancipación sudamericana, que se alcanzaría en forma definitiva en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.
En Maipú se enfrentaron el Ejército Unido Argentino-Chileno contra las fuerzas realistas que respondían al monarca español Fernando VII; comandadas por los generales José de San Martín y Mariano Osorio respectivamente.
El Ejército Unido contaba con unos 6000 hombres y 21 cañones, en tanto que los realistas con 5000 hombres y doce cañones, tomadas estas cifras como síntesis de distintas fuentes.
El desarrollo de la batalla fue el siguiente: cerca del mediodía, nuestras fuerzas rompieron fuego con la artillería de Manuel Blanco Encalada, pero pronto San Martín advirtió que los realistas habían tomado una posición defensiva y decidió iniciar el ataque.
Envió las fuerzas atacando el centro y la derecha de los españoles, al tiempo que Juan Gregorio de Las Heras comandó el ataque por las fuerzas colocadas en otro cerro.
La fuerza conjunta argentino-chilena tomó un cerro, amenazando la izquierda realista. En forma simultánea, los ataques patriotas no parecían poder doblegar las líneas realistas y la batalla se encontraba empatada. Ante esta situación, San Martín decidió enviar los batallones de reserva a la batalla con órdenes de atacar y cargar por todos los flancos y el centro realista.
En el flanco izquierdo, Las Heras y sus hombres en conjunto con un grupo del Regimiento de Granaderos a Caballo tomaron la posición española en el cerro a su izquierda. Los defensores realistas debieron replegarse al centro del otro cerro donde todavía se desarrollaban combates encarnizados.
Todas las fuerzas de Las Heras y otras se concentraron en atacar la izquierda realista. En tanto, con un movimiento oblicuo, los patriotas cargaron sobre la derecha y el centro enemigo.
Osorio, el comandante español, creyéndolo todo perdido se retiró con su caballería buscando salvar su vida. José Ordóñez, otro jefe realista, nunca se resignó a perder la batalla y organizó maniobras con las que sólo consiguió desorganizarse más, a raíz de lo estrecho del terreno.
En estas circunstancias, la mayor parte del ejército patriota subió al llano donde sólo quedaban los 4 batallones españoles, Burgos, Arequipa, Concepción e infante Don Carlos (Real de Lima), rodeados por todas partes. A pesar de esa situación adversa, se resistieron a rendirse o a huir. De uno de estos batallones partió el grito: «Aquí está el Burgos. Dieciocho batallas ganadas, ninguna perdida», mientras sus integrantes hacían ondear su estandarte victorioso en diversos combates, entre ellos en la batalla de Bailén (librada en España el 19 de julio de 1808, en la que el propio San Martín había participado). En ese contexto tan trágico como difícil, los otros batallones realistas, decidieron resistir de la misma manera.
Los batallones formaron el cuadro para resistir a la caballería. Los cazadores a caballo fueron rechazados, pero al formar el cuadro se convirtieron en un blanco más fácil para los fusiles de los infantes patriotas. Los realistas comenzaron a sufrir el duro ataque causado por la fusilería y a continuación el 1º chileno cargó, para ser rechazado. El 7º de Los Andes lo intentó a su vez y fue asimismo rechazado. Las filas españolas, llenas de muertos y heridos, no abandonaban la posición.
Los cuadros realistas, unos dos mil efectivos, comenzaron a moverse, retirándose hacia el caserío de Lo Espejo dirigidos por el general Ordóñez. Durante el movimiento fueron atacados continuamente, dejando un gran número de caídos a lo largo de su trayecto, pero no rompieron las filas y mantuvieron el orden. Con la artillería ya a corta distancia y la metralla rompiendo las filas, las diezmadas fuerzas realistas se fueron retirando del campo de batalla, hostigadas por todas partes.
San Martín comentaría tiempo después: «Con dificultad se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido, y jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme y más tenaz«, haciendo justicia a la bravura y honor tanto de propios como de enemigos.
Los granaderos de Primo de Rivera también se retiraron hacia el caserío de Lo Espejo. Soportaron ocho cargas enemigas y sufrieron un tercio de las bajas, pero guardaron la formación y llegaron al caserío. Estando los realistas agrupados allí, se produjo la llegada de Bernardo O’Higgins al campo de batalla, con mil hombres.
El batallón de cazadores de Coquimbo se lanzó contra el caserío, creyendo que los fatigados realistas cederían. Las descargas de fusilería y de dos cañones produjeron 250 bajas entre los españoles, lo que causó su retirada.
San Martín ordenó concentrar la artillería. Se juntaron diecisiete piezas y arrasaron Lo Espejo. Los restos que aún quedaban de los batallones españoles soportaron el fuego. Apoyados por las piezas de artillería capturadas, los patriotas se lanzaron al asalto definitivo. Los escasos defensores que quedaban en el caserío fueron prontamente batidos. Ordóñez y Primo de Rivera se rindieron.
La batalla había terminado en una victoria completa para las fuerzas patriotas.
Las bajas patriotas ascendieron a unos 1000 hombres y las realistas, al doble, con 3000 prisioneros y una cantidad significativa de armamento capturado.
Como quedó dicho, el general chileno Bernardo O’Higgins, estando convaleciente a causa de una gran herida sufrida en Cancha Rayada, se había presentado al campo de batalla poco antes de terminado el último ataque contra los realistas.
San Martín y O’Higgins se abrazaron victoriosos, escena recreada en el óleo del pintor trasandino Pedro Subercaseaux que forma parte del patrimonio del Museo Histórico Nacional de Buenos Aires: El abrazo de Maipú. O’Higgins dijo a San Martín: «¡Gloria al salvador de Chile!» y éste respondió: «General: Chile no olvidará jamás el nombre del ilustre inválido que el día de hoy se presentó al campo de batalla en ese estado. Gracias a esta batalla se aseguró la Independencia de Chile.»
San Martín, desde su caballo, dictó el primer parte de la batalla al cirujano Diego Paroissien, que lo escribió con las manos ensangrentadas a causa de los heridos que ha debido amputar:
«Acabamos de ganar completamente la acción. Un pequeño resto huye: nuestra caballería lo persigue hasta concluirlo. La Patria es libre.»
Cuando llegó a las Provincias Unidas del Río de la Plata la noticia del gran triunfo de San Martín en Maipú, se organizaron bailes y festejos. Los vecinos iban de casa en casa, donde se felicitaban y abrazaban, llenos de júbilo.
La batalla de Maipú es considerada como un ejemplo de táctica y estrategia, siendo, sin duda, la más importante librada por San Martín.
Fueron aprovechados, en forma debida, los movimientos previos y posteriores a la batalla, se usaron con precisión las armas y la reserva atacó en el momento justo al enemigo por su flanco más débil. La victoria aumentó la moral de las tropas patriotas, ocurriendo el efecto contrario en las realistas. Sería, además, un hito para triunfos posteriores.
Por sus consecuencias políticas, fue comparada con los triunfos de los patriotas sudamericanos en Boyacá (7 de agosto de1819) y en Ayacucho (9 de diciembre de 1824).
Si bien es cierto que San Martín fue un militar profesional y que ello permite explicar sus innegables dotes para el arte de la guerra, era también un avezado político y sería un sobresaliente estadista.
La guerra era un medio para alcanzar los ideales en los que él se había formado. Sólo se lograría una paz digna de ser vivida quebrando las cadenas despóticas que sojuzgaban a los pueblos. Su mayor anhelo era la libertad universal.
La calidad de vida de pueblos libres, prósperos y constructores de progreso, requería el saber oficios, trabajar la tierra, promover mejorías sanitarias y regirse por el amor al conocimiento.
Ya desde la Gobernación-Intendencia de Cuyo, San Martín había dado señales de cuán importante era para él la instrucción popular, ocupándose de inaugurar bibliotecas en cada uno de los destinos en los que la Guerra de la Independencia había requerido de su presencia, principios y acción. Dos de sus frases resumen, con claridad, la orientación de su lucha y la profundidad de sus convicciones libertarias: «Deseo que todos se ilustren en los sagrados libros que forman la esencia de los hombres libres» y «La biblioteca es destinada a la ilustración universal y más poderosa que nuestros ejércitos para sostener la independencia».
Ciento quince años después de que tuviera lugar la histórica y decisiva batalla de Maipú, el 5 de abril de 1933, el doctor José Pacífico Otero y un grupo de personalidades interesadas por rescatar los momentos más gloriosos de nuestra Guerra de la Independencia, decidieron fundar el Instituto Sanmartiniano, que once años después sería nacionalizado y adoptaría el nombre que tiene en la actualidad: Instituto Nacional Sanmartiniano.
Fuente: https://sanmartiniano.cultura.gob.ar/